sábado, 2 de febrero de 2019

Paredes.

Escribo desde aquí, desde estas paredes que encierran y aislan. 
Son tantas paredes que te hacen olvidar que existe algo más allá de ellas. 
Una burbuja. Un búnker. Mil denominaciones para una misma cosa. 
Aquí todo es distinto que allí afuera. Aquí las horas pasan rápido pero son pesadas, llenas de trabajo. Aquí existen camas en las que uno apenas llega a apoyar la cabeza en la almohada.
 Fue ayer que yo fui a ver a aquel paciente.  Aquí, en el búnker, a veces una se frustra con las paredes y con la gente que ellas contienen. Estaba yo, cabizbaja, con ganas de llorar o de derribar paredes, cuando fui a verlo. 
El señor tenía 59 años y un cáncer gástrico. A excepción de ello, ninguna enfermedad, ni siquiera fumaba un cigarrillo. El día de mañana le realizarían una cirugía mayor y el tipo sonreía. Sonreía dentro de esas paredes. Son-re-í-a. Me pareció increíble. Y le ponía tantas ganas, y yo intenté sonreír porque cuán idiota puedo ser, cuán estúpidos son mis problemas y cuán cabizbaja estoy enfrente suyo. Se me caería la cara de vergüenza. Ante él y ante la vida. 
 Hoy, el señor entró a las paredes del quirófano. Se lo notaba algo más nervioso, y aún así conservaba la sonrisa. El cáncer estaba muy avanzado. No se pudo resecar todo el tumor. La sobrevida que le dieron los cirujanos fue de un año a lo sumo. Un año. Un tipo sano, que empezó con tan solo anemia, viene a descubrir EN NADA que tiene un cáncer gástrico que le comió la vida. Cuánta vitalidad tirada a la basura. Cuánta sonrisa perdida, en esta burbuja, en este búnker, en estas paredes que se comen a la gente y nos hace olvidar lo que hay afuera.


Y creo que solo lo comprende quién comparte las paredes...


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