miércoles, 14 de noviembre de 2012

¿Entiendes?


Te quejas de pequeños cristalitos clavados en tu alma, pero lo haces en silencio, para ti mismo, sin dejarme saber si eres siempre así de arrogante que no acepta ayuda ajena o si lo haces de corazón modesto y en el fondo, por las noches, padeces por la sangre traslúcida que pierde tu alma dañada. Y yo estoy aquí, y te veo cuando nadie más lo hace. Te miro a los ojos y ellos me gritan el auxilio a tu desesperanza. Y lo sé porque yo también anduve así, con cristalitos en el alma que te impiden dormir por la noche, que te impiden levantarte por las mañanas.
Me siento a tu lado, con una pinza fina y te despojo de daños, te inundo de sueños. Sueños que abundan en mi cabeza, y de los que siempre me sobran. ¿Por qué? No lo sé, porque eres especial de la misma manera que lo somos todos, porque nunca me gustó ver sufrir a la gente, y porque prefiero invertir mi tiempo en verte brillar por más que me clave algunos cristalitos en las manos de tanto trabajo.

Porque tú vuelves a brillar, ¿entiendes?

Y quien necesita el sol cuando puede deslumbrarse con tu mirada.

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