Recuerdo como me sentía. Perdida. Y por las noches me acercaba a aquella ventana, y la abría de par en par, sin importar si hiciera frío, sin importar si lloviera, sin importar nunca nada. Y sentía que me podía quedar horas ahí parada, simplemente mirando el cielo, como si fuera él quien tuviera todas las respuestas a mis miles de preguntas.
Y lo cierto es que nunca me las dio.
Pero un día aprendí a mirar el sol en lugar de ese cielo sin estrellas, y aunque no aparecieron las respuestas, al menos, se fueron las preguntas.
Y las respuestas, se acomodan a conveniencias, sospecho, nunca hay una que se quede para siempre. Un abrazo.
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