Y acá estamos.
La última vez que tomé un avión tenía 18 años,
el corazón roto y los sueños pisoteados.
Lloraba tanto, que las azafatas se acercaban a preguntarme si necesitaba algo.
Estaba sola, y lo que es peor, me sentía sola, porque todo lo que tenía había quedado allí abajo, en tierra, y del otro lado cuando aterrizara, estaría mi cuerpo con una sonrisa pintada. "Casi no te reconocí" me dijeron al llegar, cuando me vieron, cuando vieron el embace pero se dieron cuenta de que el interior había quedado completamente vacío.
Me llevó años llenarme. Reconstruirme. Juntar los pedazos y pegarlos.
Al principio cambié las lágrimas por enojo. Después fueron silencios.
Y fue mucho más tarde que volví a sonreír.
Hoy, vuelvo a tomar un avión después de todos esos años.
Quien viaja no es la misma persona.
Hoy no viajaré llorando. Hoy, mi corazón palpita con fuerza.
Y tengo una maleta llena, de sueños, de todas formas y colores,
para mí y envueltos para regalar (-te).