Estoy aquí por releer un viejo libro, y me he acordado de ti,
porque casualmente me lo has regalado tú este libro que yace hoy en mis manos.
Hace años atrás ya.
¿Años? Como se nos escapa el tiempo, como todo queda atrás.
Tú fuiste una de las cosas que quedó atrás.
Me hubiera gustado que fuese distinto.
Que me acompañara tu amistad,
sobre todo en estos momentos en los que los cambios parecen abundar.
De repente, desapareciste.
De repente te busqué y no estabas.
Te llamé y no contestabas.
Pensé que era algo momentáneo.
Pero el tiempo avanzaba devorándonos
y yo no tenía más que tu silencio.
Un día más te escribí, en un arrebato de esos de echar de menos, y me respondiste.
Me dijiste el por qué de tu ausencia, un por qué paupérrimo,
un por qué que me hubiera dado ganas de tomarlo con las manos y retorcerlo,
estrangularlo, hacerlo trizas.
Pero era tu por qué y era verdadero.
Y yo tan sólo te agradecí por ello y no te escribí más.
No te llamé más.
No te busqué más.