Paredes y más paredes.
Hay veces, que días enteros no veo el sol.
Aquí adentro, en esta caja, en este búnker, se pierde la noción del tiempo.
Era una guardia más de una semana ajetreada. Una cirugía más de las tantas de madrugada. Sucedió todo con normalidad. Al despertar a la paciente, ésta me sonríe. "Natalia" le digo "ya terminó todo y salió muy bien". Me mira, aún algo confusa, con los ojos abiertos de par en par. "¿Ya está?" me pregunta sin dar crédito. Le vuelvo a contestar que sí, y que estaba todo bien. Sigue su sonrisa inmensa en la cara. Me toma de la mano, con lentitud, yo se la aprieto. "Sos muy dulce" me dice. Le agradezco. "¿Vos creés en los ángeles?" me pregunta. Yo, que soy atea hasta la médula, me trago ciertas palabras. "Y..." le digo "algo superior debe haber". Me imaginé que en situaciones vulnerables a todos nos gustaría creer eso. Y ella, con su sonrisa intacta, sus ojos grandes, me dice despacio: "porque yo creo que vos sos uno". Y ahí, un escalofrío por todo el cuerpo. Sonrío y le vuelvo a agradecer. Le digo que estoy para cuidarla. Desconecto monitores. Espero que vengan a buscarla para sacarla de quirófano. Relleno papeles. Y ella, continúa: "se nota que lo que hacés, es con vocación". Y finalmente, se la llevan a la habitación. Yo termino de acomodar la mesa de anestesia. Dejo todo listo por si llega una emergencia más tarde. Estiro mi cuello cansado un par de veces. Tomo los papeles, y salgo de aquel quirófano. Y salgo convencida, de quien habló con un ángel, fui yo.
Llena de gratitud.
Olvidé que las paredes a veces se vuelven pesadas y atrapan.
Y salí de allí sintiendome una pluma.